jueves, 28 de junio de 2007

César Moro.

único surrealista peruano


Hablar menudamente de Alfredo Quíspez Asín, mas conocido como César Moro (1903-1956) es inconcebible, tendríamos que conspirar contra la página que impide una extensión. Conspirar contra sus márgenes y renglones, contra sus habituales esquemas superpuestos. Moro se merece explayación, espacio. Desde esa perspectiva se pronunciaría su poesía, una poesía que como bien dijera en su tiempo Emilio Adolfo Wesphalen: “Moro es el único poeta surrealista mas connotado en América Latina.
Moro es de esos poetas cuya lectura provoca espasmos, vértigo. Sobre todo el Moro que redactó en castellano, aquel de la Tortuga ecuestre y las Cartas a Antonio, que escribiera durante su estadía en México. Ese es el esplendor del poeta. Apasionado, cósmico. Al desmenuzar el poema Prestigio del amor, él demuestra que el amor no tiene límites y la poesía le permite acceder a un ámbito de éxtasis total. Ama con violencia, con rabia, casi con odio, pero por sobre todo con poesía. Sus visiones son alucinadas, son las de un individuo que ha liberado/arrojado su interioridad al flujo impredecible del lenguaje y de las representaciones
Moro esta lleno de impulsos que afloran poética y automáticamente desde su propio contexto vivencial. Ese carácter automatista lo aprendió con el surrealismo, al cual se afilió, y se convirtió en representante de América Latina de aquel movimiento de vanguardia francés. Viajó a Francia en 1925, conoció a Breton, a Eluard y la historia empezó para él.
Los nueve años que Moro vivió en París, de 1925 a 1934, marcaron profundamente su vida. Moro sale de Lima hacia Europa a los veintidós años con el deseo de exponer su obra plástica. En 1929, conoce a Breton y participa en las reuniones de los surrealistas. Para Moro este encuentro fue fundamental porque le permitió desarrollar su veta poética y adoptar la lengua francesa como vía de expresión de su poesía. Moro participó activamente en el grupo surrealista antes de la guerra, como Paz lo hizo después. Mientras vivió en Paris, publicó "Renommée de l'amour" en la edición 5-6 de la revista Le Surréalisme au service de la Révolution. También participó en el libro Violette Nozières, en 1933, poco antes de su regreso a Lima. A su regreso a Lima, Moro continuó ligado emocionalmente al grupo. En 1935 expuso algunos dibujos y collages y en 1938 creó junto con Emilio A. Westphalen la revista El uso de la palabra de la cual sólo apareció el primer número. Ese mismo año el artista peruano se exilió por motivos políticos en México donde vivió hasta fines de la década de los 40. Lo que hace de Moro un caso especial en la literatura latinoamericana de su generación es que aún en su regreso a Perú y en su exilio en México siguió escribiendo en francés. Esta condición de doble exilio: el geográfico y el lingüístico hacen de él un poeta de las orillas, del destierro.
En 1948 Moro regresó a Lima donde decide vivir entregado a la escritura y a la pintura sin manifestarse públicamente. Durante esos años dio clases de francés en el Colegio Militar Leoncio Prado. En la misma época, un joven que soñaba con ser escritor fue internado en el colegio por órdenes paternas para mitigar sus pretensiones creativas. Ese joven se llamaba Mario Vargas Llosa. Moro fue profesor de Vargas Llosa y más tarde sirvió de modelo a uno de los personajes de La ciudad y los perros. "Era bajito y muy delgado - escribe Vargas Llosa en El pez en el agua-de cabellos claros y escasos y unos ojos azules que miraban el mundo, las gentes, con una lucecita irónica al fondo de las pupilas."
Este alejamiento de la vida pública también se reflejó en su producción poética. Hasta 1956, año en que muere, sólo había publicado tres poemarios en francés: un libro, Le Château Grisou (1943); y dos plaquettes: Lettre d'Amour (1944) y Trafalgar Square (1954). Fue el poeta francés André Coyné, amigo y albacea literario de Moro, quien heredó la tarea de editar los diversos libros y poemas sueltos que el poeta peruano había dejado. La muerte de Moro dio origen al reconocimiento paulatino de su obra. Sin embargo, la publicación de sus poemas enfrentaba las reticencias de las editoriales a publicar a un peruano que escribió en francés. En Francia nadie lo editaba porque no era un poeta francés. En Lima tampoco porque había que traducir sus poemas.
Moro fue un poeta surrealista en los dos sentidos de la palabra: primero porque colaboró con el movimiento histórico del grupo de Breton, segundo porque su poesía está atravesada por esta corriente artística, ese surrealismo que Julien Gracq bautizó como "surrealismo sin edad".
Moro eligió una patria íntima, la lengua, donde poder experimentar hasta el último límite las posibilidades de ruptura y de juego poético. Al sentirse desterrado, ajeno de esa Lima a quién al pie de un poema calificó de "horrible" Moro recrea en su universo un lugar distinto: un sitio personal compuesto de geografías, luces y sueños híbridos, un lugar que decidió compartir con nosotros en sus libros.

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